Los niños no son el futuro sino el presente

No es un tópico decir, que “los niños pueden llegar a ser crueles” y ante los que son diferentes, dan sus “patadas”. Esto ocurre cuando los mayores no corregimos actitudes y excusamos diciendo que son “cosas de niños”.

Siempre hay alguien que les pregunta con mala intención: “dónde está tu madre” o “quién es tu padre”.

Lógicamente, se sienten mal, es como si les recordaran con desprecio que son huérfanos. En el Hogar Nazaret, hasta los más pequeños, tienen la respuesta aprendida, con desparpajo y muchísima gracia, dicen que yo soy su padre. Si insisten, y preguntan por la madre, afirman muy serios: “Mi madre es también el padre Ignacio”. “Padre y madre no es el que te engendra, sino el que te cría”.

Por encima de las circunstancias adversas vividas, su verdadera familia no es la que les viene dada por su nacimiento, sino la que ellos, libremente, eligen.

El Hogar Nazaret es una familia sobrenatural nacida del sueño de Dios, que reclama hombres y mujeres nuevos, pero verdadera familia para siempre.

Son aceptados tal y como son, no se sienten juzgados. Cada niño es irrepetible, imprescindible, único. Aprenden habilidades de comunicación y relación.

No se les educa para que sean felices en un futuro, sino para que sean felices hoy. Los éxitos y la felicidad del otro, es la de todos.

No es tan solo un lugar donde crecen, es el pilar imprescindible para su entorno emocional, donde se forjará su personalidad, equilibrio interior y dominio de la voluntad.

Conocen a Dios como el Padre amoroso que los quiere con locura, escucha siempre, y pueden hablar. El mejor amigo en quien pueden confiar…El Señor hace, ellos se dejan hacer.

Cuando entra un niño nuevo se sorprenden por la acogida, generosidad, buen humor y actitud de servicio. Ya es un hermano más que debe afrontar retos, en los que no le permiten auto-compadecerse y ayudan a perdonar y perdonarse.

Según su edad asumen responsabilidades. Se tienen muy en cuenta sus opiniones, aspiraciones, deseos. Les pedimos sin miedo que tomen decisiones y asuman las consecuencias. Se saca más provecho de los errores que de los aciertos.

Para el Hogar Nazaret los niños no son el futuro, sino el presente lleno de futuro.


Nicolás

Fui a la casa con la intención de recoger a David. Vivía con su madre y cinco hermanos en una choza construida con cuatro palos y plástico. Sin luz ni agua, solo dos camastros y una cocina de carbón.

Detrás de unos tablones, asomó la cabeza Nicolás, de seis años. Su cara desfigurada por las úlceras de la leishmaniosis y extrema delgadez, me cautivaron, parecía escapado de un campo de concentración

Los dos hermanos vinieron al Hogar Nazaret. David se recuperó pronto y a los seis meses fue a vivir a casa de sus tíos.

Nicolás no sabía comer, ni hablar. Estaba en un continuo trastorno de pánico. Se expresaba solo con pequeños gritos.

Con el tiempo me fui enterando qué había sucedido con el niño. Lo habían utilizado para terribles abusos sexuales, palizas, que a pesar de las denuncias presentadas, nunca habían alcanzado su fin. No le creían.

El celebrar la Santa Misa se convirtió en un problema. Sus episodios de miedos le impedían separase de mí. La solución fue ponerle de acólito. Le gustaba la música. Seguía el ritmo de las canciones religiosas con pies y manos.

Pasaron dos años. El Amor cambió por completo a Nicolás pero tan solo decía algunas palabras.

Un día ocurrió el milagro. Mientras se duchaba comenzó a cantar. La afinación y vocalización eran perfectas. Sus notas agudas, la voz de tiple, alcanzaban tesituras mágicas.

A partir de aquel día nos impusimos una gimnasia vocal particular: había que controlar los músculos que intervienen en la producción de los sonidos, respiración, pronunciación... Yo tocaba la guitarra y él gozaba cantando y bailando.

Localizamos a su padre. Nicolás estaba con dengue y tenía afonía. Antes de irse con su padre a Cuzco, a pesar de la ronquera, quise tener un recuerdo de mi Niño Jesús que tan roto llegó a su Hogar Nazaret. Esta es la canción que improvisadamente grabamos.

 


Dar sin esperar

Ignacio María (Nachito), que llegó al Hogar Nazaret con convulsiones  anunciando la muerte, al que ni siquiera quisieron poner nombre, ya tiene año y medio. Se va con su familia. Es lo que siempre deseamos para él.

El sueño de devolver todos los derechos que le fueron vulnerados se ha hecho realidad.

Juega, corre, come muchísimo, me persigue por la casa con su sonrisa cautivadora gritando: “papá”.

Junto con su hermano Alex, deja el Hogar Nazaret para vivir con su abuela materna. La madre  casi recuperada, respaldará la crianza de sus hijos. Si “algo falla”, saben que los niños tienen aquí su hogar.

Se van, no hay una palabra o gesto de agradecimiento. Comprobamos una vez más, que los pobres de verdad, son tan pobres, que ni siquiera saben agradecer.

Los que hemos optado por vivir con la extrema pobreza, sabemos que debemos desprendernos del deseo de ser apreciados, aceptados, incluso de ser amados.

Es normal que la actitud de la familia lastime, somos humanos. El Hogar Nazaret es obra de Dios, evangelio vivo que mira al Crucificado y calma la sed de su Corazón.

Dios pone esta necesidad de amar para que le busquemos. Parece que se esconde para que le deseemos con más fuerza.


Miedo a un futuro incierto

Cuando aparecen las madres en el Hogar Nazaret en una situación desesperada, la mayoría embarazadas y con varios hijos, priorizamos al hijo más débil, el que más necesita, el que todavía no ha nacido.
Tengo cientos de anécdotas, al intentar por todos los medios, salvar la vida de la criatura.

Hubo una mujer, que convencida de que le iba a ayudar a abortar, venía cada semana a pedirme dinero. Le describía con crudeza la brutal muerte de su hijo, pero ella insistía sin conmoverse por mis explicaciones.

Estando ya de cuatro meses, la convencí para que fuera al ginecólogo a hacerse una ecografía.

En la consulta el médico la hizo pasar detrás de un biombo, se desvistió. Pensando que yo era el padre, el doctor me pidió que viera en la pantalla el feto.
Por pudor me negué. Tanto insistieron los dos, que al acercarme, ella me agarró la mano y después entrelazó sus dedos con los míos.
El médico nos muestra que es varón y está perfectamente. Ella continúa mirándome como si fuera el padre. ¡Cuánta necesidad de apoyo tienen estas madres! ¡Cuánta soledad!
Ponemos nombre a la criatura, hablamos de qué será cuando sea un hombre, cuidará de su madre y sus hermanos…

Nunca una madre me ha reprochado haberle acompañado para impedir matar a su hijo. Todo lo contrario, lo han agradecido.
Miedo a un futuro incierto, cuando lo más cierto, es que un bebé es el mejor regalo de Dios y trae siempre felicidad.


Santi

Se ha marchado Santiago. Tocaron a la puerta, y ahí estaba su madre con algunos familiares. No pudieron avisarnos antes, viven en la minería.

Tengo la sensación, de que la red que tengo bajo la cuerda que me mantiene en equilibrio, ha desaparecido. Quedo en shock. Pido fuerzas a Dios, estoy temblando…La tía del niño rompe el silencio ante la sorpresa, a modo de desaire: “Un hijo tiene que estar con su madre”.

“Sí, claro que sí, ese fue siempre nuestro deseo y por fin hoy se cumple”, respondo. El dolor aumenta.

Santi recoge su ropa. Han sido seis años con él.

Intento explicarle la situación, pero no puedo, las palabras se ahogan en la garganta…Sale de la casa, una parte de mí, se va con él.

Intento recordar los disgustos que me ha dado, desvelos, problemas en el colegio… Convencerme que será buena la separación, pero en esos momentos, si soy honesto, ese amor profundo nos unía aún más.

Desconozco el cariño que puede profesar un padre… Santi no es mi hijo, pero lo siento como tal, no lo puedo evitar. Hubiera preferido antes quedarme sin brazos o piernas. El tiempo no curará nada. Quizás no vuelva más a verle,cada día su separación será desgarradora.

La mejor manera de llevar la situación, es continuar con la tarea encomendada por Dios de hacer el Hogar Nazaret, reconocer lo maravilloso que fue compartir mi vida con Santi.

Le he dado a Dios lo que más quería, ya nada tengo, todo es suyo. Dirige el Hogar Nazaret a su manera: es guionista, actor y director.

Solo queda aceptar las pérdidas, aunque el corazón no deje de sangrar, vivir el día a día como reto y sobre todo como una maravillosa oportunidad. “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor (…) Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?” (Jb 1,20-22)

Nunca aprenderé a nadar en este mar de emociones, pero nadar contracorriente, solo por amor, da sentido a mi existencia.


Tom

Al morir la madre y no haber sido reconocido por su padre, Tom, con cuatro años, quedó solo. Realizaba pequeños trabajos a cambio de algo de comida. Dormía en la calle.

El día que llegó al Hogar Nazaret dio la mano sin mirarme a los ojos. Pensé que era un gesto de burla. La verdad de Tom era espantosa: quería desaparecer, morir, dejar de existir. Despreciado incluso por sí mismo.

Tenía que empezar de cero. Tuvimos cientos de conversaciones, la mayoría terminaban en llanto. Se encerraba en sí mismo sin contestar.

Si te comparas con alguien, le explicaba, siempre habrá uno más alto, o más fuerte, o más ocurrente. Para mí eres único, insustituible. El concepto que se había labrado de sí mismo empezó a despertar, pero los logros eran muy poco a poco.

Hoy sucedió algo, desde Chicago, su madrina Norma, le ha enviado una camiseta que brilla en la oscuridad. Nunca en este rincón del mundo, la selva del Amazonas, han visto algo así… Tom es el niño más afortunado en San José de Sisa.

Algo que puede tener tan poca importancia, creó un gran revuelo. Un pequeño detalle, una palabra adecuada, puede cambiar la vida de un niño.

Uno de sus compañeros, no pudiendo contenerse por la envidia, le increpó alterado:

“¿Por qué te la ha regalado esa señora a ti?”

La respuesta fue digna de un sabio:

“A ti te gustaría tener esta camiseta por deslumbrar a los demás. La llevo muy orgulloso, pues hay quien que me quieren tal y como soy. Me la han regalado a mí porque soy el menos importante”.

Resuenan con toda su fuerza las palabras del Evangelio: “Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños”. (Mt 11,25)

Es cierto lo que tantas veces decimos que son como esponjas, lo absorben todo. Tom había aprendido muchísimo más de lo que yo imaginaba. Sentirse el más pequeño es apreciar la humildad de los últimos, querer aprender sin complejos, crecer.

No debemos desanimarnos en la tarea de hacer el Hogar Nazaret, devolver a los niños los derechos que les fueron arrancados.


El camión de bomberos

Era un 7 de enero de 1969, terminada la navidad, había que regresar a clase de párvulos de la señorita Begoña, en el colegio de los Hermanos Maristas de Bilbao.

La profesora nos pidió que cediéramos algún juguete usado o quizás nuevo, había niños en los barrios humildes de Ocharkoaga, que no habían recibido nada.

En casa me esperaba el camión de bomberos que no solo tenía una escalera que se plegaba en tres partes, sino que venía con la magia del mismísimo Oriente.

No comprendía el enojo en un principio de mis padres por querer regalarlo, me lo habían comprado los reyes magos, no ellos. Menos entendía la torpeza de hombres tan sabios, que se olvidan de los barrios más pobres.

Veinte años después, minutos antes de mi ordenación sacerdotal, rezando, me sorprendió que viniera a la mente aquel hecho, como ocurrido el día anterior.

El detalle insignificante de un niño de cinco años, quedó estampado en el Corazón de Dios y por eso el día que me consagraba lo recordaba.

Les conté esta historia en el Hogar Nazaret…Lo han organizado bien. Con Viky al frente, una excelente voluntaria, han ido recorriendo los asentamientos más humildes de Puerto Maldonado, repartiendo tickets a los más pequeños.

Nuestros niños han regalado sus juguetes a otros más necesitados, en la capilla del Señor de los Milagros.

Y Dios, ha vuelto a sonreír.


Vivo en un antiguo Prostíbulo

Semanas después de alquilar la casa y terminados todos los arreglos, me informaron de que estaba viviendo en la zona de prostitución, y que incluso esta vivienda había sido un burdel.

A pesar de echar muchos cubos de agua bendita no me sentía cómodo en este barrio

Meses después empezó la huelga de los mineros: calles cortadas, barricadas, toques de queda. Aumentaba la tensión.

Una mañana, estando los mineros detrás del Hogar Nazaret, en el actual “Mercado tres de mayo”, la policía acorraló a los huelguistas en el momento en el que los niños iban al colegio. Empezaron las carreras, gritos de pánico, disparos.

Una veintena de mujeres se pusieron delante del Hogar protegiendo a los niños como escudos humanos.

¿Quiénes eran esas mujeres que actuaban con tanto valor?

Eran las chicas que trabajan en los "bares" las que habían arriesgado, hasta ese extremo, sus vidas… Las que cuando pasaba delante ellas, miraba al infinito como si no existieran.

Aquel día decidí que si Dios había elegido un pesebre para nacer, sin duda éste era el sitio que El habría adoptado.

Presencié como se repetía este pasaje del evangelio: “Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amo mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí ¿Quién es éste, que también perdona pecados? pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lc 7, 44-50).

Cuando terminó la huelga, el 11 de febrero, celebramos la fiesta de la Santísima Virgen de Lourdes.

Con vibración acudieron nuestras heroínas a la Santa Misa y llevaron en andas a la Virgen.


Quiero ser voluntario

Un joven de corazón de oro al que llevo años invitando para que esté con nosotros, me ha dicho:

* Quisiera ir de voluntario al Hogar Nazaret a ayudar.

La respuesta ha caído como un jarro de agua fría:
- ¿Crees realmente que podrás ayudar?

Nos ha sucedido ya tantas veces… Amigos que viene con deseos de ayudar, y se encuentran con la sorpresa de diferentes costumbres, comidas, o distintos “métodos pedagógicos”.
Y aunque supuestamente parecen tener asumido el respeto al llegar a una tierra diferente, arrastrados por las apariencias, ven carencias e intentan cambiarlas. Los más atrevidos expresan que en su país las cosas se hacen de “otra manera”…

Sus primeros meses de estancia en el Hogar Nazaret son de fracaso y frustración. El punto de inflexión llega, cuando consiguen escuchar sin juzgar, y recibir desde la humildad.

Cuando confesamos nuestra propia pobreza, nuestra verdad, es cuando empezamos a escuchar y podemos compartir con los demás, aprendiendo a relativizar lo que parecía trascendental.

Los niños del Hogar Nazaret son supervivientes, ejemplo de fortaleza. Sorprenden por el valor que dan a la familia, el respeto a los ancianos o cómo disfrutan ante lo insignificante.

Buscan respeto, dignidad, acogida, esperanza. Enseñan el valor del sacrificio, devuelven los sueños robados de juventud.


Tarek

Llevaba tan solo tres meses en Puerto Maldonado y consideraba la posibilidad de cerrar el Hogar Nazaret, al no poder soportar el sufrimiento de los niños.
En veinte años había recorrido países fundado casas de rescate en situaciones arriesgadas… Pero es muy diferente ayudar desde España consiguiendo recursos, o pasar temporadas conviviendo en situaciones límite… Ahora compartía su misma suerte, siendo uno de ellos. No estaba preparado ante tanto padecimiento.

Una noche llegó Tarek de la mano de una mujer policía. El psicólogo del juzgado revela que nunca había visto un paciente tan dañado, con tan solo cinco años, lo habían utilizado para prácticas sadomasoquistas de sexo y sangre.

Pasaría una noche con nosotros. Los médicos habían decidido enviarle al día siguiente a un hospital para niños en Lima, donde fuera tratado por psiquiatras.
Cuando se fueron los del juzgado, empezó a berrear. Pasaban las horas y no sabiendo que hacer, desperté a las dos de la madrugada a la vendedora de helados, le metí al niño un helado de chocolate en la boca y se calló.

Al día siguiente no vinieron a recogerlo. Pasaban los días, alargaba su estancia por la complicada burocracia.
Un día le llevé al jardín de infancia cantando y bailando, y desde entonces me obligaba a hacer lo mismo cada día. Vitaminas, medicinas para los parásitos y muchísimo afecto cambiaron su aspecto físico. Recibió el bautismo, celebramos el día de su cumpleaños… Se sentía querido.

A los cuatro meses vinieron para trasladarlo al hospital. Estaba irreconocible, parecía un niño normal. La agente que lo había traído, lloró. El psicólogo no daba crédito al cambio.
Preguntaron a Tarek si quería quedarse, o irse con ellos “a una casa más chévere”, su respuesta fue:

“¿Quién me va a llevar al jardín de infancia cantando? Tengo que cuidar del padre Ignacio, los niños son muy traviesos”.

Yo no había hecho nada, solo quererle, sabiendo que una noche, o dos, el tiempo que fuera, tenía el privilegio de cuidar del Niño Jesús.
Cómo cerrar el Hogar Nazaret, cuando Dios mostraba su voluntad con tanta fuerza. Los niños son sus predilectos, y El, realizaría incontables milagros.
Tarek, estuvo un año, hasta que el juez le dio la custodia provisional a su tía. Viene con frecuencia a visitarnos, le siguen gustando los helados de chocolate.