Se presenta en el Hogar Nazaret un hombre muy enfermo, desahuciado del hospital. Sin rodeos explica que desea arreglar el drama que toda su vida ha ido arrastrando. Sus dos hijos están desatendidos.

El mayor tiene trece años, el pequeño de ocho años, con una discapacidad cognitiva, viven en lo profundo de la selva abandonados a su suerte

Pedimos a Dios la gracia de mirar y escuchar al desesperado padre con cariño, que como el buen ladrón, desde la cruz de su enfermedad, quiere reparar errores pasados.

Unos compañeros se adentrarán en la selva. Navegarán dos días en canoa, con la dificultad de las crecidas del agua, por los afluentes del Amazonas,.

La respuesta sin titubeos de mis amigos me conmueve, saben que es un viaje peligroso. Siempre es así, los pobres son los más generosos.

Como familia, consulto a todos los niños si están dispuestos a afrontar el nuevo desafío: dos chicos que han vivido como “salvajes” formarán parte del Hogar Nazaret… El pequeño tendrá que ser atendido por todos… Saben bien, lo han vivido muchas veces, que posiblemente su sacrificio no será correspondido… pero ese amor les hará crecer. El reto les entusiasma.

Hoy es un día grande, me siento más pequeño que mis niños. Amor ciego que no calcula riesgos y lleva las alas de estos ángeles para ir superando obstáculos. Amor que cura su dolor y que pide que solo el corazón juzgue.

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. (1Jn,4,18). Confianza total en Dios. Es su obra.