Hubiera preferido un saco de arroz o azúcar, pero insistían en hacer una fiesta de cumpleaños a María, la princesa del Hogar Nazaret. Y es que un juguete es más necesario que un plato de comida. Una sonrisa, la mejor medicina.
Quería que la celebración de María fuera diferente, estar a la altura de un hermoso cuento de hadas y princesas, pero leemos en el Evangelio:
“Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos”. (Lc 14,12-14)
Por eso, además de invitar a los amigos de los niños del Hogar, convidamos a las que trabajan en los prostíbulos, a sus hijos.
Hubo un poco de recelo al entrar en el Hogar, pero la fiesta de cumpleaños se fue animando. Bailamos, reímos con el payaso, regalos para todos los niños. Se abalanzaron sobre la preciosa tarta. Era la noche de la princesa María, un anticipo del Reino.
Al terminar la fiesta estábamos cansados pero muy felices. Había sido una fiesta diferente. Los invitados pidieron bolsas para llevar sus juguetes. Metían allí los regalos de la piñata mezclados con trozos de tarta, pasteles… Han desaparecido docenas de cuchillos, platos e incluso algunas sillas. No importa, los pobres se han llevado del Hogar Nazaret lo que es suyo.
Bendito seas Señor que nos has permitido entrar en tu Misterio.