Ignacio María (Nachito), que llegó al Hogar Nazaret con convulsiones  anunciando la muerte, al que ni siquiera quisieron poner nombre, ya tiene año y medio. Se va con su familia. Es lo que siempre deseamos para él.

El sueño de devolver todos los derechos que le fueron vulnerados se ha hecho realidad.

Juega, corre, come muchísimo, me persigue por la casa con su sonrisa cautivadora gritando: “papá”.

Junto con su hermano Alex, deja el Hogar Nazaret para vivir con su abuela materna. La madre  casi recuperada, respaldará la crianza de sus hijos. Si “algo falla”, saben que los niños tienen aquí su hogar.

Se van, no hay una palabra o gesto de agradecimiento. Comprobamos una vez más, que los pobres de verdad, son tan pobres, que ni siquiera saben agradecer.

Los que hemos optado por vivir con la extrema pobreza, sabemos que debemos desprendernos del deseo de ser apreciados, aceptados, incluso de ser amados.

Es normal que la actitud de la familia lastime, somos humanos. El Hogar Nazaret es obra de Dios, evangelio vivo que mira al Crucificado y calma la sed de su Corazón.

Dios pone esta necesidad de amar para que le busquemos. Parece que se esconde para que le deseemos con más fuerza.