Quisiera ir en borriquilla, más despacio, pero el Señor me lleva en avión. El avión sube y sube, sortea nubes, atraviesa tormentas… alguna que otra vez parece que en medio de las nubes veo la sonrisa de Dios.

Esta mañana me reía como un bobo yo solo. ¡No me podía levantar de la cama! Me dolía todo el cuerpo. Ayer estuve cocinando desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche. Se había estropeado la congeladora y había que cocinar como para un cuartel.

Y leo el Evangelio del día:

«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

No solo veía desde la ventanilla de mi avión la sonrisa de Dios, sino que me saludaba y me decía que mi comida estaba riquísima.

Emociona un Dios que no quiere ser servido, sino servir; un Dios que no exige que nos postremos ante Él, sino que le dejemos lavarnos los pies o servirnos a la mesa; un Dios manso y humilde de corazón, que abandona todos sus derechos, para obtener solamente el de servir.