María, nuestra princesa, empieza a vomitar, la fiebre se dispara. Entramos por urgencias en el hospital. Hay más de cincuenta niños con los mismos síntomas, es un virus peligroso. Las palabras del médico me sacuden el alma: “Esta niña está muy grave, puede morir”. Ante situaciones extremas reacciono con serenidad, pero por primera vez me quedo bloqueado, paralizado.

Una amiga llama por teléfono y al recibir la noticia corre la voz: ”La princesa está muy enferma.”

En pocos minutos la puerta del hospital se llena de amigos a los que no dejan entrar pero consiguen esquivar la seguridad y me rodean y abrazan. Entre tantas manos y lágrimas aprecio que me palpan el bolsillo. Cuando ya se van tengo 600 soles con los que mi primer pensamiento es escapar de aquel sitio pavoroso, desertar de la suciedad, del olor nauseabundo e ingresar a la niña en el Essalud, la clínica de los ricos.

Pero con ella están los pequeños compañeros de la princesa y hay que compartir el maná que Dios nos regala. Compramos pañales, sueros, antibióticos…
Más amigos llegan y todos desean colaborar.
Solo los más pobres saben lo que es la impotencia ante la muerte de un hijo por falta de medios.
Vuestro es el Reino de los Cielos, de los que perseguís la esperanza.

Jesús nos pide no donar lo que nos sobra, sino dar sin reservas, incluso lo que se tiene para comer y entonces:

Él puede hacer el gran milagro del amor.