Gian Carlos es un joven extraordinario de dieciocho años, campesino en un pequeño pueblo de los cerros de Cuzco.
Hace cuatro años descubrió que su madre tenía relaciones con su tío. Al contárselo al padre, en represalia, madre y tío llevaron al chico a la minería ilegal, vendiéndolo como esclavo.
Durante dos años sufrió la explotación como cautivo día y noche en la chupadera, una peligrosa máquina para extracción de la tierra. Al límite de sus fuerzas de adolescente, dos veces se intentó suicidar.

En una incursión policial descubrieron a Gian Carlos. Se sorprendieron de que hubiera resistido tanto tiempo en esas condiciones.
Antes de traerle la fiscalía, su historia apareció en las televisiones peruanas.
Llegó al Hogar Nazaret como si fuera un muerto en vida. Nunca he visto a alguien tan aterrado.

En solo dos semanas ya sonreía, colaboraba en las tareas domésticas, animaba entusiasmado a los otros niños que pasaban por situaciones similares.
El sentirse hermano mayor y ayudar a otros más pequeños, le obligó a dejar de un lado su historia y perdonar.

Los vecinos habían visto al muchacho en la televisión e hicieron una cuestación. El padre vino a Puerto Maldonado a recoger a su hijo.
Me alegré por el reencuentro con su familia, sin embargo dejó un vacío irremplazable.

Somos una auténtica familia, no biológica, sino constituida por un lazo muchísimo más fuerte: la sangre de Cristo.
El Amor, Dios mismo, cura todas las enfermedades del alma y del cuerpo.
Hoy Gian Carlos me envió un mensaje de agradecimiento por internet. Él aportó muchísimo más de lo que pudimos darle.