Caminó durante veinte horas y se presentó en el Hogar Nazaret con dos hermanos. Al pequeño de cuatro años, lo llevaba en hombros.
No parecía un niño el que explicaba la situación, sino un hombre agotado. Desde que ocurrió “aquello”, trabajaba por unas monedas, cocinaba, mantenía a pesar de su corta edad a sus hermanos.
No fue fácil localizar a sus parientes, todavía más difícil rehacer sus partidas de nacimiento. Meses después ocurrió un milagro y conseguimos escolarizar a los tres. Celebró por primera vez su cumpleaños en el Hogar Nazaret. El día de la canonización de San Juan Pablo II hizo la Primera Comunión.
Había una gran tarea por delante: perdonar, quitar culpabilidades, trabajar la autoestima. Aprender a amar.
Ayer fue escogido entre dos mil alumnos del colegio para participar en un programa de televisión local.
La razón de haber sido elegido, según sus profesores, no es el ser uno de los mejores alumnos, sino, “el más agradecido”.
Miró a la cámara y muy nervioso habla acelerado.
La filmadora se acerca, su mirada no es la “del hombre agotado” que llamó a nuestra puerta.
Lleva unas bonitas zapatillas blancas, baila con soltura. Ha crecido. Es otro niño. Y sus ojos también bailan felices de alegría. Dios una vez más ha rescatado a su hijo.
—“Vivo en el Hogar Nazaret”.
—“Quiero decir a todos los niños que amen a Dios y amen a sus padres”.
—“Yo tengo el mejor padre del mundo”.
Me llaman del programa en directo y…
Tengo la oportunidad de agradecer a Dios sus obras de amor en los niños crucificados.