Un joven de corazón de oro al que llevo años invitando para que esté con nosotros, me ha dicho:

* Quisiera ir de voluntario al Hogar Nazaret a ayudar.

La respuesta ha caído como un jarro de agua fría:
– ¿Crees realmente que podrás ayudar?

Nos ha sucedido ya tantas veces… Amigos que viene con deseos de ayudar, y se encuentran con la sorpresa de diferentes costumbres, comidas, o distintos “métodos pedagógicos”.
Y aunque supuestamente parecen tener asumido el respeto al llegar a una tierra diferente, arrastrados por las apariencias, ven carencias e intentan cambiarlas. Los más atrevidos expresan que en su país las cosas se hacen de “otra manera”…

Sus primeros meses de estancia en el Hogar Nazaret son de fracaso y frustración. El punto de inflexión llega, cuando consiguen escuchar sin juzgar, y recibir desde la humildad.

Cuando confesamos nuestra propia pobreza, nuestra verdad, es cuando empezamos a escuchar y podemos compartir con los demás, aprendiendo a relativizar lo que parecía trascendental.

Los niños del Hogar Nazaret son supervivientes, ejemplo de fortaleza. Sorprenden por el valor que dan a la familia, el respeto a los ancianos o cómo disfrutan ante lo insignificante.

Buscan respeto, dignidad, acogida, esperanza. Enseñan el valor del sacrificio, devuelven los sueños robados de juventud.