Al morir la madre y no haber sido reconocido por su padre, Tom, con cuatro años, quedó solo. Realizaba pequeños trabajos a cambio de algo de comida. Dormía en la calle.

El día que llegó al Hogar Nazaret dio la mano sin mirarme a los ojos. Pensé que era un gesto de burla. La verdad de Tom era espantosa: quería desaparecer, morir, dejar de existir. Despreciado incluso por sí mismo.

Tenía que empezar de cero. Tuvimos cientos de conversaciones, la mayoría terminaban en llanto. Se encerraba en sí mismo sin contestar.

Si te comparas con alguien, le explicaba, siempre habrá uno más alto, o más fuerte, o más ocurrente. Para mí eres único, insustituible. El concepto que se había labrado de sí mismo empezó a despertar, pero los logros eran muy poco a poco.

Hoy sucedió algo, desde Chicago, su madrina Norma, le ha enviado una camiseta que brilla en la oscuridad. Nunca en este rincón del mundo, la selva del Amazonas, han visto algo así… Tom es el niño más afortunado en San José de Sisa.

Algo que puede tener tan poca importancia, creó un gran revuelo. Un pequeño detalle, una palabra adecuada, puede cambiar la vida de un niño.

Uno de sus compañeros, no pudiendo contenerse por la envidia, le increpó alterado:

“¿Por qué te la ha regalado esa señora a ti?”

La respuesta fue digna de un sabio:

“A ti te gustaría tener esta camiseta por deslumbrar a los demás. La llevo muy orgulloso, pues hay quien que me quieren tal y como soy. Me la han regalado a mí porque soy el menos importante”.

Resuenan con toda su fuerza las palabras del Evangelio: “Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños”. (Mt 11,25)

Es cierto lo que tantas veces decimos que son como esponjas, lo absorben todo. Tom había aprendido muchísimo más de lo que yo imaginaba. Sentirse el más pequeño es apreciar la humildad de los últimos, querer aprender sin complejos, crecer.

No debemos desanimarnos en la tarea de hacer el Hogar Nazaret, devolver a los niños los derechos que les fueron arrancados.