María guarda silencio, mira a José su esposo. Hace horas extras en la carpintería pero no consigue sacar adelante familia tan numerosa. El problema es que Jesús adolescente trae a sus amigos a comer, cenar, e incluso a un buen número les pide que se queden a dormir.
Los llama “herederos del Reino”: niños enfermos, huérfanos, abandonados. En casa de Jesús son felices pero escasea el pan.
María confía y reza. José sigue trabajando, está agotado. Y justo cuando ya habían tomado la decisión de explicarle a Jesús que no puede traer a casa a tantos amigos, llegan los vecinos al Hogar Nazaret.
La escena la habían vivido antes, aquella noche de Belén. Se postran de rodillas ante Jesús, traen todo lo que necesitan: cestos llenos de fruta y verduras, y pollo para José Alejandro, Junior, Richard, Anderson, Jon, Kevin, Iván, Wilfredo y Carlos Mauricio. Zapatillas de deporte para Marco Antonio, pues en el colegio se reían de él porque por sus viejas zapatillas asomaban los dedos.
Cien soles para pagar las clases de recuperación de comunicación a las que asistió Ricardo Kroll.
Otro trae las carísimas medicinas para combatir los parásitos de Vladimir, Cristian Isaías y el pequeño Tarek. Una anciana agarra con fuerza unas gafas que entrega a Jesús, se las ha comprado para Gean Carlo… han pagado los recibos de la luz y el agua, y traído pañales para María.
José ha visto tantas veces que Jesús tenía razón. había que hacer lo que él dijera.
Así es la Providencia, llega en el último minuto, pero siempre llega.
Y Jesús puede seguir trayendo a sus amigos al Hogar Nazaret.
Gracias.